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Fuera de control [Cuento]


Cuentos cortos e interesantes

Francisco, como la mayoría de nosotros, no quiere morir. Quiere despedirse de su vida pronunciando un adiós envejecido, con la cabeza gacha y los miembros temblando. No deja que su destino sea escrito todavía. Evade la muerte, se burla de ella. La besa en el rostro y, atrevido, como si fuera dueño absoluto de su propia existencia –tal vez lo es- se aleja de ella esbozando una sonrisa.

He intentado quitarle la vida durante siete meses. No tengo nada contra él, pero es necesario que muera. De otro modo, lo que tiene que suceder después de que abandone para siempre este mundo, jamás pasará. Tampoco los hechos felices.

No, no existe ninguna alternativa. En todos los mundos posibles tiene que morir. El mejor desenlace es que cometa un suicidio. Ya sé que, como están las cosas ahora, eso no pasará, pero sería lo mejor. La historia sería perfecta.

He diseñado cuidadosamente accidentes “infalibles”. También he procurado que otros hagan el trabajo por mí, pero todos mis esfuerzos han sido en vano. Nada ni nadie –ni siquiera yo, ¡qué triste!- puede matarlo. Nadie, a excepción de él mismo.

Como si fuera consciente de la plasticidad de su vida y de su mundo, del artificio que puebla cada centímetro de ese, su universo; Francisco ha comenzado a desviarse de la trama.

Por ahora –no tengo idea de qué tan largo será este presente-, no sabe que es incapaz de morir, que puede saltar de un manuscrito a otro, que puede obligar mi pluma, que puede trascender su realidad y habitar mi cabeza; que puede ser tan real como mis miedos más profundos.
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Sigilón

Sigilón*, tú eres mi gran dios de dioses, tú comandas mi historia
Y eres victorioso en cualquier pendencia circundante
Arrebujas cualquier intento de coloquio y le vuelves escoria

Oneroso es el excesivo decir, y cada charla trivial, punzante
Y pesada es esta carga que impide el quid de toda interacción
Pérfido es mi deseo de sentir el lenguaje desbordante

Inconstante y corto de ánimo el traidor deseo de social intelección
Fenece a cada paso el denuedo y raudo se apresta el augusto silencio
Empero y escudriño internamente razones, palabras y motivación

Lo poco que se libera es ínfimo y soluble, y apremia el silencio tranquilo pero necio
Me atosiga el exiguo deseo de hablar
Más tal amalgama de contrariedades enmudece el más recio

De esta forma encuentro otra excusa y manera para mi boca cerrar
Infructuosamente me devano los sesos
Y la lóbrega poquedad triunfa una vez más al luchar

Impetuosa y fogosamente consigo, regularmente, vencer y conservar mis sesos
Pero esta periodicidad es mi infamia
Y en lid diaria intento suprimir tal deshonra: acerba y nimia…


Escrito en Marzo 26 de 2008, por El Ilusionista


Sigilón
*Harpócrates o Sigilón, dios del silencio que se representa como un joven que posa uno de sus dedos sobre sus labios.


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Instinto

Lleva en sí el fuego inextinguible que hace hervir las venas en incandescentes emociones amantes de la vida

He aquí la figura ideal del vigor y la valentía propias de quien vive y no lo razona demasiado. Lleva en sí el fuego inextinguible que hace hervir las venas en incandescentes emociones amantes de la vida. También tiene la altivez en los nervios y el brío en las extremidades, llenas de ánimo para ejecutar las danzas que su existencia propia le proponga.

Los ojos despiertos y una audaz suspicacia adornando su postura, los sentidos atentos al ofrecimiento del mundo, cualquiera que esta sea, con los labios húmedos prontos a dar una respuesta, basada ésta en la sensación, en el sentimiento.

Del cuerpo y la plasticidad infantil, los reflejos y la emoción inmediata han moldeado poco a poco este ser atento al mundo y a sus manifestaciones, sean estas en el detalle o en la grandeza, pero siempre hechas con la pasta informe de la inmediatez, del reflejo, del instinto, de una especie de motivación programada poco a poco para satisfacerse sin reparar en reflexiones que roban tiempo y oportunidades.

En suma, ha expulsado con sutileza y muy lentamente la conciencia, esa malsana y traidora que invita gentilmente a pensar las cosas antes de hacerlas, como si fuera una ley que luego se tomó por universal y omnipresente en la vida del hombre.


 
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