No tardó mucho en aburrirse. Esta vez no iba a ser diferente de las anteriores. Al final, siempre terminaba aburriéndose. Era algo inevitable, algo que tenía que pasar, sin importar lo que él hiciera para cambiarlo.
No era culpa de ella, siempre fue amorosa y trataba a Carlos con la devoción que muchos anhelan en una relación de pareja. Era simplemente una condición especial de Carlos que le impedía acostumbrarse con una buena disposición a cierta predictibilidad en las relaciones, cierta rutina y ciertos problemas reiterativos. Al menos, Carlos quería creer que era una condición especial suya, no un inconveniente en sí.
Inclusive, muchas veces pensó que era muy conveniente aburrirse rápidamente de todo y de todos. Así podría conocer más gente y hacer más cosas interesantes; saltando de aventura en aventura como un chicuelo soñador viviendo en su mundo de fantasía.
La complicación era terminar con Lucía. Lucía era la chica más tierna y dulce de todas las que había conocido. Siempre superó los límites de la expresividad queriéndole sin medida, siempre toleró demasiado, incluso lo que ninguna otra persona le toleraría nunca. Entre todas las personas, ella era la que menos se merecía este destino.
Pero Carlos no discriminaba a nadie, todos terminaban eventualmente por ser alejados o por alejarse de su vida con cierto grado de insatisfacción. De seguro, Lucía sería la más insatisfecha de todos. Y Carlos, al final, ni siquiera se preocupó por terminar bien con ella. Astutamente buscó la manera de que ella hiciera algo desagradable para él y encontró allí la excusa perfecta para terminarlo todo.
Sucedió que un día, celebrando su primer y último año de noviazgo, Carlos y Lucía bebieron demasiado, hasta el punto de que Carlos, que tomó mucho más que Lucía, se embriagó terriblemente. Lucía le llevó a su casa a escondidas, y allí, tuvieron relaciones sexuales sin protección, aunque Lucía estaba tomando pastillas anticonceptivas desde casi una semana. Carlos argumentó que Lucía se había aprovechado de su condición para obligarlo a tener relaciones sin protegerse, lo que para él era imperdonable y lo sabía.
A la mañana siguiente, llorando, Lucía le imploraba que no le dejase, que era una tontería destruir la relación por algo que tenía solución, además de que era muy poco probable. Él solo contestó:
- No me apetece ser papá. Te veré en otras vidas.