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Resistencia


¿De verdad creíste que te dejaría matar esta sinfonía amarga que alimenta mis pasiones?

¿Pensaste que vencerías mi rebeldía a cambio de pequeñas recompensas de cariño y afecto?

No quiero cambiar por ti
¿Creíste acaso que era tan débil y susceptible como para abandonar el coro personal que ofrezco al mundo?

No permitiré que me arrebates el espíritu combativo para tan sólo encajar en el amor de tu mundo ideal. No quiero que me quites mis palabras fuertes y el hablar duro. Tal vez no soy admirado ni socialmente deseado; pero tengo una originalidad y una particularidad a prueba de todo. Y, a pesar de todo, todavía tengo buenas dosis de carácter, aunque ese carácter sea muy particular y atípico. Puedo decir lo que pienso sin miedo y sin vergüenza. Y no estoy sujeto al deseo de querer encajar entre las personas.

No quiero modificar mi forma para acoplarme como una pieza de rompecabezas formando el paisaje de la deseabilidad social. Quiero ser esa pieza que no se conecta, que no se ajusta en el entramado; esa pieza que se niega a perder su especialidad para perderse en un mar confuso y masificado de seres homogéneos, despojados de toda singularidad. Y es en ese espacio apartado donde me puedo redefinir, no por conveniencia, sino por convencimiento. Soy mi propio líder, mi propio centro de atención, mi propio foco de decisiones fundamentadas.

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Marcela [Cuento]

 

Desde lejos la vi sin reconocerla, lucía bien y quizá en un universo paralelo entablaría conversación con ella basándome en su aspecto; al menos si fuese valiente. Me acerqué sin temor, pero sin mirarla; por timidez y por respeto: me irrita cuando las personas descaradamente reparan en otras sin la menor sutileza, como si estuvieran viendo un fantasma amigable o como si contemplaran el mismo ser amigable pero de una galaxia lejana, embelesadas por la luz brillante en el dedo índice – o lo que sería el dedo índice- de E.T., que estaría a punto de tocar sus rostros como jamás nadie se los tocará, por lo que deben prestar cuidadosa atención y ver cada micro-movimiento de este extraño ser. 

No pocas veces he querido ser un alienígena para aquellos amantes de seres extraños, pero uno de esos que matarían por divertimento al terrícola que más les llamase la atención.

Ella no era un ser de planetas distantes, así que no le miré de inmediato sino que pensaba detallarle disimuladamente en docenas de cortas y furtivas miradas mientras esperábamos el bus. No apenas le dirigía mi primera mirada disimuladam cuando me convertí en ese ser extraño que tanto temía, porque la descubrí viendo mi dedo índice -bueno, no mi dedo índice hinchado, enorme y brillante- pero me miraba con tal aplicación, que sólo llegue a comprenderla luego de un par de segundos cuando le reconocí, una antigua amiga de mi hermana, a la que nunca le dirigí más que formalidades vacías: hola, hasta luego. 

Quizá le pareció encantadora mi parquedad con las palabras o mi aspecto físico, porque desde que la conocí supe que le gustaba, ya que ella no podía o no quería ocultármelo: me miraba todo el tiempo casi de la misma manera en la que me miraba ahora.

Y entonces sentí como si me hubiese poseído un ser inmaterial, que sin duda era más amigable que yo, porque saludó a Marcela – así se llamaba- como si fuese una entrañable amiga a la que no veía desde que se convirtió en fantasma, o sea, hacía mucho. Le dirigió un hola emocionado y de inmediato se acercó a saludarle con la propiedad que lo hacen los buenos amigos. Yo -el poseído- me asusté porque pensé que iba a abrazarla, pero sólo le besó en la mejilla para luego hacer las preguntas de rigor.

Llegué muy rápidamente a la conclusión de que ese fantasma sólo me dejaría cuando terminara de conversar con ella, o cuando por costumbre hiciera algo ridículo, él o yo. Me resigné y le dejé hablar: me sorprendía la admiración que de repente sentía por ella –no, yo no, él- porque cada cinco minutos estaba elogiándola respecto a su personalidad o a sus costumbres, cosa que debió molestarle, o al menos, extrañarle.

El bus llegó casi vacío y yo me entretuve con la idea de sobrepasar las convenciones sociales y sentarme en una de las sillas que solo tienen un puesto, sonreí con ello y luego me entristecí porque debía sentarme al lado de ella. Después de un tiempo dejé de entristecerme ya que no tuve que hablar mucho -algo que siempre me ha sucedido luego de conquistar una impresión agradable en las personas- pues ella comenzó a relatarme las venturas y desventuras de sus amores y los hombres en su vida, tema que duró casi todo el viaje.

Me enteré de muchas cosas que no merecía conocer tan deprisa dado que era la primera vez que hablaba con ella, supongo que esto se debió en parte a las habilidades del alma invasora que me dominaba; ya que ella se sintió muy cómoda conmigo, me agarraba del brazo para apoyarse de cuando en cuando y me hacía cosquillas en el estómago cuando le hacía alguna burla graciosa e inocente.

Cuento Marcela


 

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Galletas [Microrrelato]

Tenía el semblante serio como de costumbre, y entre pensativo y chismoso trataba de oír lo que el chico que estaba delante de mí conversaba con sus dos amigas. Siendo un arte elaborado y pulido con el pasar de las épocas, yo seguía con cuidado las premisas básicas del fisgón: - Miraba hacia otro lado, casi no me movía intentado pasar desapercibido, fingía pensar y simulaba disponerme a hacer otra cosa. Pero no sabía que ponerme hacer, así que me quedé estúpidamente quieto mirando al muchacho. Él ya lo iba a notar cuando el muchacho que se sentaba a mi lado me ofrecía de súbito una galleta:

- ¿Quiere?

Yo no entendía por qué aquel desconocido me extendía tal cortesía sin motivos aparentes, por lo que mecánicamente me veía respondiéndole que no, que gracias. Jamás había cruzado palabra con tal personaje. No comprendía nada en absoluto.

Luego quise responder a la convención social que mejor explicaría sus poderes de observación –en cuanto a la identificación efectiva de rostros y seres hambrientos, o al menos, amantes de las galletas se refería- por lo cual quise conversar, pero no tenía alimentos que ofrecerle; y mucho menos algo que decir. 

Pasó el tiempo y ya era demasiado tarde: él había regresado juiciosamente a su lectura, mientras yo me sumía de nuevo en las conversaciones ajenas. Nada más aburrido que sumirse en las conversaciones internas cuando se está rodeado de gente. 

Grafitti en la Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá


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Amor alambicado

¿Cómo he de decirte, acaso, que te quiero en mi vida? ¿Que extrañamente deseo que estés cerca de mí durante años, y que, inexplicablemente, tengo una fuerte atracción por tu esencia, esa que no me detendré a definir aquí, quizá en parte porque sea inefable a mi comprensión. y pueda ser, que por ese misterio me sienta poderosamente ligado a ti?

¿Cómo he de confesarte que me duele no ser parte de tu vida? ¿Que me duele inmensamente, como si alguna vez lo hubiese sido?

Una parte de mí te recuerda con dejos de melancolía, y se embriaga suspirando secretamente por ti, con el anhelo de no perderte del todo. Yo, que soy un experto en perder personas. Las personas son mi especialidad en extravíos. He perdido tantas, y tan valiosas como tú. Y me condeno febrilmente por ello millones de instantes al día. Que pierda mis bienes materiales más preciados si he de conservar alguna de esas personas, si he de conservarte a ti.

Para mí es tremendamente extraño pensar en todo esto. Quizá piense mediante estos tecleos de madrugada mi yo más auténtico y el más triste también. Nunca podré ser tan valiente como para negar las cosas que pienso y siento por ti, que jamás he sentido de la manera en la que las siento por ti. 

He querido conservar o conocer gentes geniales, pero jamás esos deseos traspasaron los lìmites del deleite filosófico, jamás, hasta que te conocí, por accidente, por inercia, por pura sucesión inevitable de eventos. El deleite que me produce escaparme a los sueños contigo va más allá de razones y de intrincados laberintos racionales. Va más allá de la típica instrumentalización que no puedo apagar cuando conozco personas. Tu deleite, ese deleite mío por tu alma, es espiritual, como si los fragmentos dispersados de mis antiguas ilusiones incrustadas en mi alma enamorada de los anhelos se hubiesen juntado en el instante preciso en el que te conocí, y que se unen cada vez que te veo, o te hablo.  

Justo ahora tengo ánimos de exagerar un poco, y por ello pienso con cierta seriedad, que si alguna vez argumentara en favor al amor a primera vista, tú serías mi premisa. No te amo, ni te amé cuando te vi por primera vez, pero si encontré, y de seguro lo hice antes de que yo mismo lo notara. Eres fascinante para mí, no te he encontrado en ningún otro lugar, en ninguna obra de arte de ninguna época. Eres casi como el arquetipo de la diferencia, eres única sin esfuerzo, sin melindres, sin aires de distinción, sin ínfulas de notabilidad. 

No estoy enamorado románticamente de ti, casi ni me inspiras atraccion física. Me atraes más de lo que razones estéticas jamás lograrán en el hombre. No te imagino profusamente como una pareja de ensueño, ni como mi princesa, ni como mi alma gemela, con la que casaría y tendría hijos.

No, no te imagino así, pero me aterra la idea de perderte, que no es una idea, sino una dolorosa realidad que se gesta día a día, cada vez con más fuerza. No te quiero fuera de mi vida, no quiero dejarte pasar, no quiero dejar de saber paulatinamente de ti. 

No quiero explicaciones lógicas, o al menos, racionales; como siempre las termino sacando, para explicarte y explicarme yo en relación contigo. Si he tenido alguna vez eso que llaman "palpitos", o corazonadas, las tengo contigo. Como si el universo y todo mi inconsciente milenario gritaran a un cielo despejado y sin humanos una verdad que se imprime como metal ardiente sobre la piel, así grita una parte mía cada vez que te pienso, o te veo, o me hablas.

Mi alma está profundamente embelesada con la tuya, a pesar de que no te conozco bien. ¿Qué es lo que me cautiva tanto de ti? ¿La voz, la piel, los labios que deben besar como el fuego besaría la tierra justo después del diluvio universal? ¿La figura semiatlética, los gestos, la risa, las muletillas y onomatopeyas? ¿La inteligencia, los ojos despiertos, la mente aún más despierta? ¿La alegría, el amor a la vida? 

¿Qué?

Mujer sexy


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Once y cuarenta [Cuento]

Estaba nerviosa, yo lo sabía. 

Lo que no sabía era el secreto detrás de esas miradas furtivas que me dirigía en intervalos caóticos, lo que incrementaba su nerviosismo, supongo, porque se movía intermitentemente en ese pequeño espacio de bus que le pertenecía brevemente, gracias a las bendiciones del transporte público capitalino a esas horas del día. Había espacio para pasear la mirada sobre los compañeros de travesía esa mañana, y ella no dejó de pasearla sobre mí.

La contemplé brevemente y sentí ganas de hurgar en sus pensamientos. Imaginé que me deslizaba por entre sus ojos hasta el centro de sus pensamientos, y descifraba con increíble rapidez la actividad eléctrica de sus neuronas, procesando miles de imágenes con cada vistazo. Y vi como ella vislumbraba a un conductor maniático que coincidía en nuestro tiempo y espacio, chocando su camión contra el bus en el que íbamos, y el caos reinaba entre la sangre y la histeria.

Un segundo después del frenazo catastrófico, la señora que ocupaba la única silla azul salía disparada por los cristales delanteros del bus, golpeando su cabeza contra el camión. El conductor, en un golpe seco, besaba el asfalto con la violencia de un batazo de béisbol. El camión no venía solo, un par de busetas no alcanzaron a frenar y empeoraron el accidente. 

En su cerebro, los heridos saltaban en cámara lenta con los huesos rotos y hemorragias internas, cristales aplastados y pasajeros incrustados entre puertas, ventanas y sillas. El señor que estaba a su lado iba a salvar a un niño, pero fue golpeado mortalmente por un objeto volador -luego identificado- en su cráneo, entre el oído y la sien. Los gritos llenaban de terror el ambiente y ella (que lo supo todo) seguía paralizada por la conmoción, incrédula de sus propias visiones. 

Yo no me veía en sus precogniciones, así que salí de su cerebro y comprobé mi estatus: Al lado de un pasajero anciano, enfrente de mí, había un extintor para el fuego -para romper una ventana y escapar-. Si ella no era muy pesada o muy lenta, con suerte alcanzaría a sacarla de su trance en el momento del accidente y salvarla. Mientras la salvaba, volvería la vista con una tristeza fugaz sobre los quemados y asfixiados por el humo o el peso de objetos y personas; los aplastados y los atrapados, los incrustados en los bordes filosos y los suspendidos en el tiempo por lo traumático del evento, buscando referentes en la realidad para convencerse de que no era un sueño lo que estaban viviendo.

Quizá ella me miraba porque había contemplado mi muerte y era la peor de todas. O sabía que sería un héroe inútil, que salvaba a una anciana que moriría de un infarto cardíaco en el hospital. O quizá me miraba porque ella misma intentaría despertarme de la inconsciencia provocada por el golpe de una silla voladora detrás de mi cabeza y así salvarme, pero no tenía éxito, y debía dejarme inconsciente dentro del bus, muriendo sin saberlo; para salvar su propia vida.

Me asusté con mis teorías, y luego la emoción se me desbordó entre el sudor debajo de mi camiseta y la mirada tonta que puse cuando ella comenzó a acercarse osadamente. Dentro de poco me comunicaría el terrible destino que me esperaba en ese día tan normal, y me invitaría a abandonar el bus lo más pronto posible, mientras ella, que lo conocía todo, se quedaba al accidente para salvar heridos, infantes y chicas que estaban embarazadas sin saberlo.

La emoción se desvaneció justo en el instante en el que ella sonrió y me pregunto trivialidades del viaje: “que si la ruta pasaba por Venecia”. Me decepcioné y le dije que no sabía. 

El conductor escuchó la pregunta, pues estábamos de pie, justo al lado de las primeras filas de sillas del bus. Se giró sobre sí mismo y dijo sin entuasiasmo “que sí, que la dejaba en el centro comercial de Venecia”.

Luego ella me preguntó la hora -en un intento de lo que días después imité como técnica básica de flirteo-, le dije “once y cuarenta”. El conductor revisó inmediatamente su reloj e hizo una mueca que no alcancé a percibir. Entonces recordé que mi reloj estaba adelantado, me sonrojé y tímidamente le dije “que no, que eran las once y veinte apenas”. 

Luego me quedé en silencio y giré un poco, dándole la espalda. Con eso le quería decir que no eran momentos para hacer preguntas tontas -ella tenía un celular visible en el bolsillo de su pantalón para revisar la hora-. Mi mutismo y mi espalda eran los signos de mi decepción con ella, por no comunicarme las importantes noticias que se procesaban en su cerebro.

Luego dijo algo sobre la ciudad, yo sonreí brevemente, mirándola de manera intrascendente, como su comentario. Pasaron algunos minutos y quise reanudar la fallida conversación para averiguar de otra forma mi importante destino; me volteé un poco y me encontré con un olor raro, quizá venía de unas bolsas enormes que tenía una señora gorda y desagradable, quizá no eran las bolsas en sus manos sino las bolsas corporales contaminadas debajo de ese vestido arrugado y pálido, deformado por la grasa almacenada indistintamente por todo su cuerpo y la mala costura. El olor me impidió hablar. Seguí mudo y pensé en mi muerte.

Las condiciones precisas de mi llamativo deceso en pleno accidente automovilístico, o mi heroica mediación jamás me fueron relatadas. De alguna forma, algo cambió en el flujo del tiempo. Efectivamente, un camión chocó con el bus, pero el incidente fue apenas perceptible en la parte delantera del bus, y no pasó nada grave. Sólo llegué tarde por culpa del choque y de la chica, que no me advirtió que debía bajarme antes y buscar otro transporte para evitar el reclamo de mi jefe por llegar tarde. 

Solo hasta entonces lo supe, estaba viendo el pasado en su cerebro. Ella, por supuesto, sabía más. En el presente de sus visiones -y por alguna razón desconocida para mí- me preguntaba la hora. Quizá algún día me la encuentre de nuevo. Y en aquella ocasión yo haré los comentarios sin importancia, y preguntaré sin demora por las fatalidades ulteriores. Así como yo tengo un dispositivo para leer la mente de las personas, ella tiene uno para ver realidades alternativas, el futuro o una extraña combinación de ambas, y eso ya es suficiente tema de conversación, pues ambos somos ajenos a esta época. 

El destino casi reveló sus disposiciones para mí, a través de ese peculiar cerebro femenino; estuve a punto de conocer la tenebrosidad de conocer mi propio futuro, y casi sufrí con la idea de poseer ese conocimiento. Pero la chica de las once y cuarenta no me reveló el día de mi muerte, ni el atentado contra el senador más amado del país, nada. La chica no reveló ningún acontecimiento. Sólo inició una fallida conversación a partir de un comentario baladí.

Cuento bogotano



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Gracias

Gracias por ser mi amiga.
Gracias por ser mi enemiga.
Gracias por triturar mi cobardía
Y juzgarme por mi debilidad.

Gracias por hacerme sentir el grito animal
Que en mi interior se agita
Cuando hago algo por ti

No me dejes desaparecer sin dejar un solo rastro. 
No me dejes ir sin mirar atrás. 
No me dejes inclinar la cabeza sin preguntar por qué.

Gracias


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Siesta

La palabra creativa, 
a la deriva,
encerrada en círculos de ideas, 
e ignorando momentáneamente su destino, 
extiende sus manecillas 
en las arenas del tiempo, 
olvida el curso de los acontecimientos 
y toma una siesta 
con la fruición eterna 
del descanso en su mente.

Pero en un instante de pavor 
sus cimientos se estremecen tiernamente 
y el lenguaje emerge de sus entrañas 
para hablar en nombre 
del espacio-tiempo.

Aprovechándose de la relatividad de todas las cosas 
construye un mundo para sí 
y se autoproclama deidad de deidades, 

Luego vuelve a su siesta.

Palabra creativa


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Lanzamiento

Al fin
La nave vacilante despega
Desgranando el aire
Cortándome el aliento
Sin marcha atrás

Sólo los augures más viejos
conocen el futuro

En este proyectil espacial
Conoceré mi último día...
Jamás volveré a aterrizar

Barco espacial




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Control

Ese lugar en mi mente
Desorganizado
Enérgico
Confinado
Encadenado
Castigado

Ese lugar
Una vez liberado
Desatará su brío
Impetuoso
Imparable

Expandiendo su respiración caótica
Y destruyéndote.

Poema sobre el odio


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Descuidado

En una imprecisa calidez óptica

Sobre tus labios

Sobre tus ojos

En pasado y en futuro


Dispuesto a un beso

A una inmensidad

A un abismo irrecuperable


Expresivo

Disuelto

Visceral

Descuidado 

E irreflexivo


Te sonrío



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Labilidad

El dolor no es mío

Sólo imagino el lamento ahogado entre respiraciones

La fatiga de un cuerpo conmocionado

el malestar maniobrando mi cabeza con desdén

 

La cortesía del cansancio

Aúlla victoriosa en las fibras de mi cuerpo

Que se estremecen

Con cada mínimo esfuerzo

 

El susurro vacilante del sueño

dicta mis parpadeos nocturnos

Decaen mis brazos

Se desconciertan mis dedos

Palidece mi tiempo


No quiero el día con el pensamiento adecuado

No quiero pronunciar palabra alguna

Tan solo deseo desatar la cabeza

Apagar la música

 

Sólo eso bastaría…

¿Pero si es la última vez

que cerraré los ojos?





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Déjame

Ayúdame a ir detrás de tu silencio, 
agarrarlo por la espalda 
y cuestionarlo.

Deja que sea violento, 
aunque solo un poco. 
Dame algo más de sabiduría. 

Autorízame para que succione tus palabras 
y así pueda alimentarme de su aliento. 

Permíteme poseer
lo que dices 
y todavía más 
lo que no dices.

Regálame los pensamientos que descartas 
y las voces que ignoras. 
Arrójame tus pesadillas

Véndeme tus temores 
y el material de las cuerdas 
que manejan tus anhelos

--

Prometo dibujar tus miedos en tu vientre 
para luego borrarlos, 
dejándolos impregnados en mis labios.

Deja que grabe tus pretensiones en mi piel, 
y que con fuego las arrastre fuera de ti. 

Dame tus noches enteras, 
tus vacilaciones, 
deja que bese tus dudas. 

Abruma mis sentidos 
con el poder que escondes. 
Así algún día lograré desgarrar tu alma, 
desnudarla y fusionarme con ella.

Mujer de espaldas en un libro


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Destrucción

Ese lugar 

en mi mente

Desorganizado

Enérgico

Confinado

Encadenado

Castigado


Ese lugar

Una vez liberado

Desata su brío

Impetuoso

Imparable


Expandiendo su respiración caótica

Y destruyéndote.

Poemas originales



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Obsesión

No te asustes, 
no quiero agobiarte. 

Sólo quiero la sangre que se halla
debajo de los latidos de tu corazón, 
quiero el aire que inhalas 
quiero ir detrás del aire que rechazas. 

Blasfema sobre mi obsesión incurable. 
Escupe mi ambición por el aroma de tu sangre. 

Pero no te asustes, no quiero agobiarte

Cámara colgando de un árbol de rosas


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Aburrimiento

Mi aburrimiento arroja sus flemas
Con el desespero y el malestar
de una enfermedad crónica

En cualquier momento
El trasfondo vomitará su rutina
Y fluirá un cambio de música

Se detiene en seco la hipnosis
Las murmuraciones en mi cerebro se saturan
Protestando enfurecidas contra mi pensamiento seriado

Si no despierto mis alternativas
El movimiento perderá su energía
Y su representación estática
Acabará devastándome.


Sillas rojas de un café

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Regreso


Como se oficia un atleta
En la derrota final
Sin lamentar la ausencia del milagro

Como se mantiene en pie el humillado
Sin dejar apabullar su honor
Con la mirada airada pero contenida

Como se hinca el alma
En la caída de las lágrimas
Sin avergonzarse del miedo

Con la bandera furibunda del dolor
Atada a la podredumbre de este capítulo
Con la bandera de la esperanza destrozada

Aún con el cansancio
amarrando a mis pasos
el ejercicio eterno del olvido

Así, para ir de regreso a mi fortaleza
Atravieso de nuevo el pequeño espacio
entre mi Escila y mi Caribdis.




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Dormir

Las deformadas engañifas
Embriagadas en sus galimatías nocturnos
Escupen su malestar
Maniobrando un nuevo insomnio
En medio de la cortesía del cansancio

El reloj
Con su gran manecilla de madrugada
Aúlla victorioso
En las fibras de mi cuerpo

El susurro vacilante del sueño
Dicta mis parpadeos desconcertados
Palidece el tiempo
Y la fatiga conmocionada de mi cuerpo.

La faltriquera de mis pensamientos
Descabalados entre idea e idea
Se enredan infinitamente
En una maraña alborozada
Encima de mi ojos

Apago la música
Y desato la cabeza

Aurora boreal


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Dolor

Ahora que estás llorando,
aunque sea de a ratos y de a poco,
deja que esas gotas tan humanas
surquen tus mejillas,
y se abran camino entre la calidez
de tu piel y tu tristeza.

Pasea un momento por el parque de tus dolencias,
abraza el tronco de tus molestias
como a un sabio y viejo maestro.

Entra entre puntapiés insensibles
y admira la armonía seca y profunda
que crean los lamentos de tu miseria.

Ve al lago melancólico,
siente su arcaico y experimentado sufrimiento,
humedece los pies en su orilla.

Y si te sientes valiente,
date un chapuzón a tu mejor estilo infantil,
que no teme y por ende disfruta más.

Aprovecha el dolor que te queda,
antes de que el sutil aroma de su ingenuidad
se disipe en tus entrañas.

Aprovecha el dolor mientras dure,
prueba suprema de tu humanidad
y el carácter sensible de tu realidad insomne y fláccida.

Aprovecha el padecimiento
antes de que se congele en tu corazón
y cicatrice deficientemente con algo de sangre y de vida,
que luego se vuelve escarcha,
como el futuro.

Hielo
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Reiniciar [Prosa]

Las computadoras tienen la capacidad de reiniciarse cuando existen fallos importantes que pueden afectar el funcionamiento. Así, esta sencilla operación, a veces automática, evita daños importantes al sistema con consecuencias mínimas.

¿Por qué nosotros, los míseros seres humanos, no tenemos una capacidad tan genial y sencilla?

Imagínate lo que podríamos evitar si pudiéramos ordenarle a nuestro cerebro que suspendiera todas sus funciones superiores y las iniciara de nuevo. Imagina las implicaciones. Por ejemplo, supón que amaneciste torpe y estás haciéndolo todo mal en tu práctica deportiva, o no has dormido muy bien y te despiertas de mal genio. ¿Qué haces? Te reinicias para refrescar tu cuerpo y cerebro, justo como harías con la computadora de tu habitación si comienza a fallar por el malfuncionamiento de un software que se instaló apropiadamente, o si tu explorador de internet se colapsa. Aprietas una tecla y ya está: comienza de nuevo.

O imagina que estás estresado o deprimido y entonces le dices a tu propia mente “Anda, reiníciate y comencemos de nuevo este día tan desafortunado” Te apagas por un momento (cierras los ojos y te acuestas por un minuto) y despiertas automáticamente como nuevo. Tus capacidades mentales vuelven al estado inicial ideal donde funcionan perfectamente.

Las computadoras también se reinician para instalar actualizaciones importantes o nuevos programas. Si tú pudieras hacer eso, te echarías una pequeña siesta mientras tu cerebro crea nuevas conexiones y actualiza tu “sistema” luego de estudiar muchas horas o de aprender una nueva habilidad en tu deporte o videojuego favorito. Por ejemplo, instalarías la actualización “Medal Of Honor: Rising Sun v. 3.6.0” en donde ya eres capaz de superar el último nivel de ese videojuego que tanto te está costando en máxima dificultad.

O imagina actualizar a la hora de irte a dormir todos los cambios importantes en tu día. Imagina tus pupilas mostrando “English Language Database Updating” o “Memory Of Social Interactions Latest Update: Completed”...

¿Algún día nuestra consciencia funcionará de ese modo?

Ciencia ficción Wallpaper
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Fuera de lugar

I

Asimilando la desgastada improvisación
de una conversación cotidiana,
me sumerjo entre palabras insípidas
por medio de un millón de líneas predecibles.

Luego, paso a reciclar los temas sugeridos
por la actividad eléctrica en mi cerebro,
mezclándolos con la actividad eléctrica del viento,
esta última, más interesante.

Finalmente, al asociar el estilo impredecible del clima
desarrollo un nuevo objeto de conversación.

II

Sin embargo,
al provocar una brusca voltereta
en los rutinarios repertorios de mis interlocutores,
me toman por raro.

He evadido todas las clases de cosas
que puedo decir alrededor
de las variaciones típicas de los temas universales
y, conforme a la ocasión,
he dicho algo interpretado como “fuera de lugar”.

III

Estoy cansado
de aquellas rutinas convencionales
en la que tiende a caer
la improvisación colectiva de una charla.

Velocidad,
tono
y ritmo
determinados y prefijados
para comodidad del parloteo.

Silencios incómodos
de no más de cuatro segundos
y risas lo más prolongadas posible,
sin que parezcan antinaturales
o forzadas,
lo cual es una contradicción obvia.

Así se elabora en común una interacción,
sin que nadie preste atención consciente al guión.

IV

Ah, pero bueno,
a veces hay sorpresas,
pero mis giros inesperados en las frases
o en la dirección de la charla
casi nunca son de conformidad
con el tipo de rol que han adoptado los demás.

Al trastocar bruscamente la división conversacional
del trabajo que se ha establecido gradualmente,
termino enunciando frases con poco sentido.

¿Y por qué tanta ineptitud al hablar?
Por afán.
Esperar a un buen tema es aburrido.

Mosca artificial
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Memoria

Condeno una parte de mí
al ostracismo, y con ella,
una parte también de mi memoria.
De este lado sólo tengo algunas cenizas
cuidadosamente guardadas
en un jarrón de cerámica fina.

No quiero recordar mi pasado,
no quiero apariencias de candor débiles.
No quiero responder al llamado impertinente
y celoso de mi memoria,
que se busca a sí misma
en una esperanza ciega y rota,
hechizada por la necesidad de auto-significarse
y convertirse en un futuro brillante
para así redimirse.

Tengo una cerámica para el arrepentimiento,
recubierta de oro,
pero que se desangra profusamente
desde una fuente desconocida e infinita.
Es el desamparo de quedarme sin memoria,
de perder mi esencia y mi aprendizaje.

Pero ya no quiero lecciones antiguas.
No quiero leer en las arrugas de la cerámica
valiosas enseñanzas,
que de todos modos están hechas de trapos rotos
y tristeza.

Quiero dejar de nombrar mis lecciones,
pisarlas fuerte y desecharlas;
las lloraré y las extrañaré
como en una etapa de duelo,
para luego celebrar con regocijo
y un dejo de despersonalización.

No quiero recelos y arrepentimiento,
quiero quemar esa cerámica,
junto con el remordimiento
y el dolor del pasado.

Preparo el fuego
y las llamas inundan el rito.

Justo en el instante fatal,
se me quiebran los brazos y la cerámica rueda
lejos del pequeño infierno que le he preparado.

Paisaje sombrío
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Desvelo

Mis sueños se pelean entre la irrealidad
y la magia de mi cerebro
afianzando conexiones neuronales;
procedimiento que a veces me resulta muy macabro
dado que mis células son aficionadas a las pesadillas.

Lejos de mi hora para dormir
me entrego presuroso a desvelos y entelequias.

Diente de león en una mañana nublada
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Aún no

Aún mis párpados no han sido quemados.
Aún la amargura no toca a mi puerta.
Soy el amo de mi destino.
Esclavo de mi fuerza y mi genialidad.

Aún mi furia vocifera hambrienta de resplandores;
de instantes colmados de aquellas imágenes
donde mantengo mi puño en alto,
celebrando mis logros,
grandes o humildes.

Aún respiro energía
y mis músculos pueden encaminarse
raudos y frenéticos hacia el triunfo y la victoria.

Aún son ambiciosas mis motivaciones
y sólo desean lo mejor,
lo codician de tal manera
que su cólera sigue en crescendo.

Aún no me repliego completamente.
Tengo la oportunidad en mis manos,
ahora más viejas y experimentadas,
y agarran mejor lo que necesitan.

Aún no he mendigado incentivos extrínsecos.
Aún no conozco la verdadera angustia de la incertidumbre.
Permanezco y prevalezco.
Todavía puedo conocer un después al evitar invocar a la muerte.

Todavía soy capaz de transformar el destino
que fabrico a cada momento.
Aún no cae la lluvia equivocada.
Aún mantengo y multiplico mi fortaleza.

Todavía me queda la rigidez de mi compromiso con el futuro.
Aún mis noches no conocen la miseria.
Aún debo seducir al mundo.
Deben conocer la esencia cautivante de mi ser.
Deben conocer mi encanto y mi complejidad agridulce.

Existe todavía una colección acertada de elecciones
en mi mundo sutil y atlético.
Sigo amando el riesgo y la aventura,
y emprenderé una lucha fogosa y decidida
hacia la coronación de mis deseos.

Conservo la intensidad y la fiereza debida
luego de caer y fallar.
Puedo intentarlo un millón de veces más sin desfallecer.

He nacido para ser el mejor en lo que me proponga.
He sido dotado con las mejores herramientas
para elaborar un interesante camino.

Mis mañanas están lejos de decolorarse.
No he olvidado el sonido del éxito.
Mantengo todavía su retozar en mi cerebro.
Anhelando encontrarme de nuevo con él.
No tan sólo intentándolo,
sino haciendo todo lo posible por volver a oírle.

Aún no es demasiado tarde.

Castillo en un lago
 
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