¿Cómo he de decirte, acaso, que te quiero en mi vida? ¿Que extrañamente deseo que estés cerca de mí durante años, y que, inexplicablemente, tengo una fuerte atracción por tu esencia, esa que no me detendré a definir aquí, quizá en parte porque sea inefable a mi comprensión. y pueda ser, que por ese misterio me sienta poderosamente ligado a ti?
¿Cómo he de confesarte que me duele no ser parte de tu vida? ¿Que me duele inmensamente, como si alguna vez lo hubiese sido?
Una parte de mí te recuerda con dejos de melancolía, y se embriaga suspirando secretamente por ti, con el anhelo de no perderte del todo. Yo, que soy un experto en perder personas. Las personas son mi especialidad en extravíos. He perdido tantas, y tan valiosas como tú. Y me condeno febrilmente por ello millones de instantes al día. Que pierda mis bienes materiales más preciados si he de conservar alguna de esas personas, si he de conservarte a ti.
Para mí es tremendamente extraño pensar en todo esto. Quizá piense mediante estos tecleos de madrugada mi yo más auténtico y el más triste también. Nunca podré ser tan valiente como para negar las cosas que pienso y siento por ti, que jamás he sentido de la manera en la que las siento por ti.
He querido conservar o conocer gentes geniales, pero jamás esos deseos traspasaron los lìmites del deleite filosófico, jamás, hasta que te conocí, por accidente, por inercia, por pura sucesión inevitable de eventos. El deleite que me produce escaparme a los sueños contigo va más allá de razones y de intrincados laberintos racionales. Va más allá de la típica instrumentalización que no puedo apagar cuando conozco personas. Tu deleite, ese deleite mío por tu alma, es espiritual, como si los fragmentos dispersados de mis antiguas ilusiones incrustadas en mi alma enamorada de los anhelos se hubiesen juntado en el instante preciso en el que te conocí, y que se unen cada vez que te veo, o te hablo.
Justo ahora tengo ánimos de exagerar un poco, y por ello pienso con cierta seriedad, que si alguna vez argumentara en favor al amor a primera vista, tú serías mi premisa. No te amo, ni te amé cuando te vi por primera vez, pero si encontré, y de seguro lo hice antes de que yo mismo lo notara. Eres fascinante para mí, no te he encontrado en ningún otro lugar, en ninguna obra de arte de ninguna época. Eres casi como el arquetipo de la diferencia, eres única sin esfuerzo, sin melindres, sin aires de distinción, sin ínfulas de notabilidad.
No estoy enamorado románticamente de ti, casi ni me inspiras atraccion física. Me atraes más de lo que razones estéticas jamás lograrán en el hombre. No te imagino profusamente como una pareja de ensueño, ni como mi princesa, ni como mi alma gemela, con la que casaría y tendría hijos.
No, no te imagino así, pero me aterra la idea de perderte, que no es una idea, sino una dolorosa realidad que se gesta día a día, cada vez con más fuerza. No te quiero fuera de mi vida, no quiero dejarte pasar, no quiero dejar de saber paulatinamente de ti.
No quiero explicaciones lógicas, o al menos, racionales; como siempre las termino sacando, para explicarte y explicarme yo en relación contigo. Si he tenido alguna vez eso que llaman "palpitos", o corazonadas, las tengo contigo. Como si el universo y todo mi inconsciente milenario gritaran a un cielo despejado y sin humanos una verdad que se imprime como metal ardiente sobre la piel, así grita una parte mía cada vez que te pienso, o te veo, o me hablas.
Mi alma está profundamente embelesada con la tuya, a pesar de que no te conozco bien. ¿Qué es lo que me cautiva tanto de ti? ¿La voz, la piel, los labios que deben besar como el fuego besaría la tierra justo después del diluvio universal? ¿La figura semiatlética, los gestos, la risa, las muletillas y onomatopeyas? ¿La inteligencia, los ojos despiertos, la mente aún más despierta? ¿La alegría, el amor a la vida?
¿Qué?
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