Ella se acercó a su rostro con toda su ternura condensada en los labios y le besó amorosamente.
Pero no bien había cerrado los ojos y comenzaba a olvidarse del mundo, cuando ella se apartó de su beso, y sin poder contenerse, soltó una serie de sostenidas y sonoras carcajadas. Él trató de contenerse y reprimir con todas las fuerzas mentales de las que era capaz su decepción y su enojo; y atinó, con cierta calma, a decirle:
- Tendrás una muy buena razón para haber hecho lo que acabas de hacer.
Ella seguía riéndose mientras a intervalos le decía que lo sentía, que estaba muy apenada; pero luego reía con más ganas, mostrando grandes esfuerzos para dejar de reírse, y así dejar de ofenderle. Después le dijo que se había desternillado de la risa porque olía a bebé, y que se lo imaginaba regordete y con pañal.
Él supuso que para ella había sido humanamente imposible soportar la avalancha de comicidad de esos pensamientos. Aun así, ¿por qué habría de imaginarse a un bebé y sus aromas justo cuando estaban besándose? –pensaba- y ¿por qué justamente pensaba en eso cuando le besaba? ¿por qué no antes? ¿por qué no después?
Se mostró visiblemente ofendido y bajó la cabeza, ocultándola entre sus brazos y apoyando su frente contra la mesa blanca y sucia del restaurante.
- Lo siento amor. ¡Ay! Discúlp…
No bien había terminado sus palabras cuando llegaba de nuevo la tierna imagen, la avalancha y su consecuencia inevitable.
Esas risotadas ya no le enojaron, sino que le entristecieron. Preferiblemente se hubiese guardado sus disculpas para luego; sería mejor que no se hubiera atrevido a fingir arrepentimiento para luego rememorar sus pueriles imaginaciones y burlarse con renovadas ganas. Él no se lo perdonaría: la hubiese perdonado si la broma se hubiese prolongado unos segundos solamente, o incluso la perdonaría con buena gana si hubiera dejado de reírse por completo, y luego -y sólo luego- se hubiese disculpado.
¡De qué forma tan inocente y nada calculada llegaba a ser tan ruda e hiriente ¡Qué magistral habilidad para fastidiarle como nadie llegaba a hacerlo! ¡Qué magistral escogencia del momento y las risas! Maldito el lugar y el momento en el que coincidían su intenso cariño y la crueldad de ella.
Luego ella dejó de reírse, y le dijo:
- Ya amor, ya. En serio lo siento ¿Estás bien?
Mientras ella le preguntaba esto él sintió como un pañal de bebé se adhería a su cuerpo, clavándose así esta sensación en la memoria de su corazón, en ese lugar donde se almacenan los momentos tristes; le decía él, con palabras mecánicas y superficiales:
- No te preocupes. Ya pasó.
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