La ciencia de lo indestructible

El teléfono vibró anunciando la quinta llamada en menos de una hora.

Arrojé el teléfono contra el muro asegurándome de acumular en mis bíceps y hombros del brazo derecho, todo el estrés que me produciría contestar de nuevo. Tan sólo reproducir su voz en mi cabeza hacía que el desespero corriera incontrolable por mi torrente sanguíneo.

Sin embargo, debía contestar. La línea de ensamblaje automatizada se había desconfigurado debido a los recientes apagones en la planta y había aplastado el brazo de un operario contra una placa de metal.

Era el segundo incidente en menos de un mes.

La pantalla del teléfono se agrietó. Después de caer al suelo, se reparó a sí misma y al cabo de treinta segundos el dispositivo estaba intacto. No importaba cuánto lo intentara, mi rabia no podría destruir el teléfono, que nunca dejó de vibrar.

- Si tan solo así se repararan los brazos de los trabajadores –pensé en voz alta, mientras contemplaba por enésima vez el proceso de autorrecuperación del teléfono.

Me levanté de la cama y busqué el teléfono en el extremo de la habitación, me senté en el suelo y atendí la llamada. Los inversionistas estaban preocupados debido a que los protocolos de seguridad de la planta, al parecer, no eran a prueba de apagones. Como jefe del área de investigación, yo era el responsable, aunque estuviera de vacaciones. Judith llevaba apenas 6 meses en la compañía y era de esas personas que temen hacer mal su trabajo, así que me llamaba cada vez que surgía un inconveniente, por más mínimo que fuera.

- Qué irónico – dije mirando el teléfono una vez finalizó la llamada. En un par de décadas todo podrá repararse a sí mismo, menos nosotros.

Imaginé el brazo destrozado del operario contra una placa de metal intacta y me sentí privilegiado. Recorrí mi brazo derecho con la mirada y extendí los dedos de la mano, imaginando lo que haría si mi cuerpo pudiera repararse a sí mismo.

Escalaría montañas sin arnés, haría descensos de montaña en bicicleta y practicaría todo tipo de deportes de contacto sin temor a ser lastimado. Sin duda alguna, sería algo que disfrutaría mucho, más que cualquier cosa en el mundo.

Permanecí sentado, mirando fijamente el suelo. Traté de pensar en Judith y el operario de la planta, pero las ideas comenzaban a acumularse en mi cabeza, conectándose entre sí con la libertad y el entusiasmo de un niño que recién descubre el mundo. Necesitaría un poco bioingeniería. Numerosas horas de experimentación, por supuesto. Tendría que ser un mamífero. Uno pequeño. La compañía podría financiar la investigación. La tecnología se había enfocado demasiado en mejorar las máquinas, cuando debería estar mejorando el cuerpo humano. Llevaba ocho años estudiando las aplicaciones de la nanotecnología en los protocolos de seguridad de las fábricas automatizadas y algunos de mis proyectos anteriores podrían aplicarse a la biología. 

Me emocioné tanto que olvidé la llamada. Mis pensamientos seguían un ritmo que no me atrevía a detener. Al cabo de media hora, estaba convencido de que la idea era científicamente posible.

Después de quince meses seguía pensando en el brazo del operario, pero mis ambiciones ya eran una realidad. Las primeras pruebas con tejidos vivos arrojaban algunos resultados prometedores. Durante los siguientes tres años invertí todo mi tiempo, mi dinero y mi energía para convertir un cuerpo animal en un ente autorreparador. Experimenté con un solo sujeto de prueba, y aunque al final del proceso le faltaban algunas uñas y la punta de la cola, Memo se convirtió en el primer ser vivo que podía autorrepararse completamente gracias a la nanotecnología.

Mi gato era ahora parte de la historia de la ciencia, aunque aún nadie lo sabía. Investigué y experimenté en secreto, haciendo uso indebido de los recursos de mi compañía, quien estaba financiándome para algo completamente distinto.

Memo desarrolló una completa aversión hacia mí. Aunque tenía un cuerpo indestructible, no parecía disfrutarlo. En ese momento supuse que temía el dolor de la reparación, que podía llegar a tomar algunos días, o semanas, en los casos de mayor daño a los tejidos internos y a los huesos. Debo reconocer que mis experimentos lo hicieron sufrir más de lo que podía soportar. El pobre animal no saltaba, no jugaba, no cazaba los ratones de laboratorio que de vez en cuando robaba para intentar entretenerlo. Tan sólo dormía y daba paseos cortos por la casa, como esos gatos viejos y obesos que sólo se mueven para comer.

Imaginar la implementación del proceso en seres humanos tardaría por lo menos tres décadas, lo que significaba que sería incapaz de disfrutar de un cuerpo joven capaz de autorrepararse a sí mismo antes de cumplir mis sesenta años.

Más allá de cualquier logro científico, de cualquier comodidad tecnológica y de cualquier riqueza que pudiera estar a mi alcance, aprecio mi vitalidad y juventud. Si pudiera convertirme en un ser inmortal por medio de la ciencia tendría que hacerlo en mis años de mayor energía, pues no querría vivir cientos de años en un cuerpo decrépito y desgastado. Sólo de esta manera podría vivir con todo mi potencial.

Abandoné toda precaución y lógica, me sumergí en el egoísmo y decidí que Memo era un estúpido por no disfrutar del cuerpo que le había dado. Aunque llegase a perder mi vida en el proceso, no podía darme el lujo de esperar mis años de ancianidad para superar mi limitada condición de humanidad.

Comencé con los dedos de mi pie izquierdo. Recuerdo perfectamente el dolor que sentí cuando me los fracturé a propósito, que no fue nada comparado al dolor que sentí durante una semana completa, cuando se repararon. Ahora mis pies eran ligeramente más fuertes y resistentes, aunque el dolor era insoportable.

Este pequeño éxito se desvaneció al día siguiente, cuando Memo murió. Un dolor que no me atrevo a comparar con nada.

Al día siguiente planeaba llevarlo al laboratorio pero el dolor no me permitió moverme de la cama, así que tomé algunas gotas de Morfemium para dormir durante las siguientes 30 horas. Con el descanso mi cuerpo se repararía más rápido y el dolor tendría que desaparecer en algún momento.

Al despertar, noté que el dolor había disminuido considerablemente, así que me apresuré para ir al laboratorio y determinar la causa de la muerte de Memo. Sin embargo, al sentarme en la cama, vi que mis pies tenían un negro intenso. El tejido no estaba muerto, pues podía mover los pies con normalidad. Entonces noté que la hinchazón y la necrosis se concentraban en la parte del pie donde comienzan los huesos metatarsales, lo que significaba que el cuerpo estaba reaccionando ante la presencia de los nanoreparadores encargados de la regeneración de los tejidos.

Comprendí que la reacción de mi cuerpo llevaría a una necrosis generalizada y supe que tenía dos opciones. La primera era cercenar los dedos de mi pie y reemplazarlos con una prótesis ciento por ciento funcional que no afectaría mi vida diaria. La segunda opción era inyectar los nanoreparadores en el resto del pie con el fin de comprobar si la necrosis se detenía.

Antes de que el dolor fuera paralizante, me dirigí al laboratorio. Tomé todos los exámenes de laboratorio posibles para determinar las causas de la muerte de Memo e inyecté los nanoreparadores en ambos pies. Siempre anticipé que habría complicaciones y no era el momento de acobardame. El dolor y las complicaciones me impulsarían a trabajar más arduamente.

Al cabo de tres días, la necrosis de mi pie izquierdo había cesado, pero un día después apareció en ambos tobillos. Mi cuerpo ahora resultaba incapaz de sustentarse sin los nanoreparadores. 

Fue entonces cuando realmente me asusté.

Intenté removerlos completamente, pero estos se fusionaron con algunas células tisulares y se extendieron rápidamente al resto del cuerpo. Me vi obligado a inyectarme los nanoreparadores en el resto del cuerpo, lo que les permitía especializarse según la función de las células locales con las que tenían contacto inicial.

El dolor era permanente y experimentaba mareos ocasionales, pero al cabo de un mes, mi cuerpo era indestructible, inmune a enfermedades y completamente saludable. Mi vitalidad y fuerza habían aumentado, así como mi flexibilidad, mi coordinación, mi agilidad mental y prácticamente cualquier destreza corporal -e incluso mental- que pudiera poseer.

- ¿De qué murió el gato, Jack? – preguntó mi interlocutor, quien había guardado silencio durante todo el almuerzo.

- Los efectos secundarios, Oliver – respondí mientras hacía un corte profundo a lo largo de mi brazo con el cuchillo que recién había usado para cortar la carne- Hacen falta décadas enteras para asegurar un proceso exitoso en seres vivos. Las células pueden repararse pero no logran sobrevivir por mucho tiempo. Mueren tres veces más rápido.

- ¿Entonces sólo vas a vivir un tercio de lo que podrías vivir? –preguntó sin apartar los ojos de mi brazo.

- Tal vez menos. Pero tengo el lujo de saber cuándo moriré y lo haré con un cuerpo que no puede dañarse.

- Puede dañarse porque muere. ¡Y muere pron..

- Los nanoreparadores no pueden crear nuevas células, tan solo apoyan el proceso de regeneración natural –interrumpí mientras Oliver notaba sorprendido la rapidez con que la herida de mi brazo había desparecido.

- Pero… -intentó responder mi colega-.

- No tendré la muerte aburrida y deprimente de un viejo, Oliver. No puedo imaginar por ahora una mejor manera de morir.

- ¡¿Para eso me invitaste hoy?! – gritó, asombrado por la absoluta calma de mi voz - ¿para contarme que vas a morir?

- ¿Sabes que descubrí al examinar al gato, Oliver? Tal vez murió más rápido, pero sus músculos, sus huesos, todo su cuerpo… Nunca he visto algo como eso… Y su cerebro… ¡Dios mío, sus conexiones neuronales se triplicaron! ¡¿Entiendes lo que significa eso?! – grité, emocionado.

Oliver permaneció en silencio.

- Tengo mucho por hacer. Aún me falta mucho por vivir. –continué- Quiero darte mi investigación. No conozco a nadie más apasionado por el conocimiento. Sé que le darás un buen uso a esto.

Entonces deslicé sobre la mesa toda mi investigación y me puse de pie. Oliver fijó sus ojos en los 100 terabytes de información contenidos en un pequeño rectángulo negro y dió un suspiro largo. Yo sonreí y jamás lo volví a ver. 

Gato durmiendo




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