Antiguo



Antiguo agujero negro
“Recuerdos”. Xolotl Polo. Impresión. Papel algodón 100%
290 gr. 80 x 72 cm.

Estaba solo, encerrado en una increíble lucha interna contra las fuerzas de la conservación melancólica, sumido en sí mismo racionalizando el oro que podía estar a punto de perder, por culpa del presente y del futuro, de lo nuevo.

No estoy exagerando la malicia implícita y cruel de la corrupción del tiempo en su alma. Lo viejo le pudre, le carcome el espíritu. Para él los desechos del pasado son tan terribles y turbios como un río contaminado.

Esa es la razón por la que está alcoholizado y semidesnudo, sentado en medio de su habitación y escuchando ruidos que casi parecen música, en una desesperación sólo comparable a la de una madre contemplando la agonía de un hijo. Está harto de todo lo que le rodea, todo le trae recuerdos, todo es viejo e inútil.

En un arrebato de furia lo quemaría todo, lo estropearía todo; pero tiene miedo, miedo de perderlo y miedo de conservarlo. Se ruega a sí mismo tirarlo todo, y tener el espacio necesario para algo nuevo, algo sin historia, sin vejez, sin ruina ni memorias. Pero está atascado, está fuertemente atado a las maquinaciones de su memoria taciturna y depresiva.



De su esmerada conservación de su pequeño museo privado depende su presente y depende toda su vida, es su vida. Y tiene la misión de guardarla como un perro guarda su hueso y pasa el día recordando dónde le dejó, deleitándose con la idea de regresar, no a comérselo, sino a desenterrarlo y volverlo a enterrar, como un rito enfermo.

Se siente ridículo. Su obsesión es deplorable: lo que obstaculiza su encuentro con el verdadero presente puede ser una envoltura de golosina o el envase de una bebida, o incluso un disco inservible con una linda carátula.

Los libros viejos, ya rayados y sucios, los cuadernos con manchas de tinta y las anotaciones coloreadas con los restos fosilizados de los alimentos que acompañaron su escritura, y las miles de hojas accidentadas y carcomidas por el descuido y las letras depresivas o demasiado ilusas ya quieren morir dignamente, pero él sobrevalora su valor sentimental a tal punto de que las considera verdaderas reliquias, parte importante de su vida.

Es como si su vida estuviese allí, en esas cosas viejas y dañadas, llenas de polvo y golpes y mugre, es como si su vida fuese eso, como si su memoria fuese eso, y no puede darle el lujo de arrojar al olvido, junto con las cáscaras de fruta y las servilletas algo tan tremendamente valioso, casi nunca se detiene a pensar que su culto al pasado es absurdo e inmovilizante hasta límites que rozan la enfermedad mental. Síndrome del pasado, la llamaría yo.

El cuarto entero está lleno de “antigüedades” dignas de su adoración, y sólo se deshace de unas pocas cosas [las más absurdas e inútiles según un esmerado juicio] en ataques irracionales de ánimo. Aprovecha al máximo estos ataques, y ruega por que los tenga, así, aunque cometa un delito contra su privada y loca religiosidad y lo lamentará luego, se excusará astutamente alegando locura y falta de sano juicio frente a los jurados y al juez cuidadosamente cultivados en su conciencia, haciendo de su atemorizante evaluación algo menos horrible y digno de la condena en la silla eléctrica de su cerebro. Podría decir que tal pena de muerte sería un ataque nervioso o una histeria compulsiva, algo así.

A pesar de que él sabe que necesita deshacerse de toda esa basura, no puede. El poco espacio en su vida se lo han dado esos escasos y acelerados momentos colmados del sublime acto de vaciar esa inmensa papelera de cosas usadas y pasadas. Es como si depurara física y psicológicamente su cuerpo y emociones de una manera tan intensa, que se acercaría a un hipotético encuentro cercano del tercer tipo con vida alienígena.

Y ahora está experimentando un gran encuentro, aunque esta vez es tan intenso que no sólo vislumbra una rosquilla con luces en el cielo, ahora la rosquilla aterriza y él en persona está saludando a la vida extranjera, aunque no tienen los ojos grandes y saltones como siempre se imaginó. Está destruyendo el pasado condensado en cajas y cajones, está rasgando ropa infantil y cientos de objetos estúpidamente conservados para un desconocido futuro [nunca cerca ni lógico] en donde serán sumamente importantes.

No está seleccionando nada, podría dejar la habitación prácticamente vacía y no perdería nada, absolutamente. Ni siquiera perdería la memoria, pero es tan nostálgico y romántico el conservar la vieja letra de los primeros años de escuela o las mejores manualidades en su tiempo libre de secundaria, es tan adorable y tan bello que lo incita a las lágrimas, a suspirar largamente.

Pero su semidesnudez le ha hecho perder los estribos, y está cometiendo graves delitos: dejar de guardar trozos de papel y partes de juguetes y viejas posesiones en la caja memoriosa y olvidarlos para siempre, con las reminiscencias delicadas adosadas al papel y a los artefactos sin uso es una falta gravísima, luego lo lamentará y gritará en silencios consternados y hondos suspiros consumirán su alma hasta hacerlo conciliar el sueño; pero no ahora, ahora los extraterrestres le hacen experimentos.

Título original: El agujero negro de lo antiguo.

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