Ab Origine [Prosa]

La travesía de mil millas comienza con un paso.
Lao-Tsé

Temblores en el corazón encierran emocionados miles de pequeñas sensaciones. Atraes una brisa propicia y con ella me alejas, con suaves soplos, de la costa de mis negras melodías. Así olvido mis miradas inexpresivas, olvido también mis reflejos herméticos y frugales y la agresividad pasiva de mis tintas descuidadas.

Después de olvidar, me reúno contigo en un estanque de esperanza, porque me tranquiliza notar el brillo en tus ojos, porque contemplar el hermoso pedestal de tu piel me hace sentir privilegiado, y ese privilegio es la base de la suavidad de mis palabras.

Claro que a veces el frenesí es el que me tranquiliza.

¿Y cuál es ese frenesí? Son delirios violentos que sensibilizan mis sentidos y mi corazón. Son tus besos, tus labios, tus manos que curan. Son las caricias exaltando mi adormilamiento. Es un ánimo renovado, es el balbuceo de mis energías. Y es como si una parte de mi alma descansara en una columna sólida, como si durmiera sinuosa con el ritmo de tu respiración. Es una exquisita sorpresa, así cada nuevo minuto. Así cada nuevo beso.

Desde el principio regresar a ti es una expedición entre dimensiones, que con cada soplo de vida traducen mi felicidad tus facciones en una sonrisa. ¡Y qué bellos ojos! Son por ellos que no pasa el tiempo.

Con una nueva amistad me regalaste la oportunidad de una nueva vida con nuevos pasos y senderos. Y desde el principio camino contigo de la mano como en un baile de inmortales que celebran un nuevo lugar, un sitio cálido que es más que un ambiente perfecto, es también la calidez de algo recién hecho; es un lugar lleno de los ecos de tu dulzura… Yo he llegado a la luna.

Desde el principio, cuando conocí tu nombre, compongo una canción que mana tiernamente de mí. Es como el zumo de un fruto dulce, esa canción es como tu boca. Es un dulce reconfortante y es una boca fascinante. Y desde que me besaste, viajo en una música cantando, con ganas de una danza primitiva. Con ganas de adorar rítmicamente a una divinidad proveedora recreada mágicamente por la imaginación de los primeros hombres.

Danzo vigorosamente y adoro a mi luna con mis gritos, con mi voz, con mi sudor y con mi vivacidad, alrededor de una fogata en las primeras noches de los hombres, mirando al cielo, observando esa Luna que llena mis ojos, reflejo puro del sol y guía protectora en mi oscuridad…

Quizá se note en mis ojos el fuego de la naturaleza, que era Diosa, como la luna que ilumina sin quemar ni cegar… Y quiero que cada beso sea ese rito, que con cada contacto esté adorando la suavidad de mi luna.

Costal Moon

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