Necesito ahora al menos un milagro que me visite inesperado, de la nada; y que sin aviso se cuele en la cotidianidad de mis días, se inserte profundo y atronador y revolucione esas horas de existencia desesperante, que se ahogan en el vacío retumbante de la decepción.
Un pobre milagro que me ayude a esperar menos y a comprender más. Un mísero milagro que trastorne el curso de los acontecimientos y me regale un asomo de sorpresa y de sincera y plena felicidad o satisfacción. ¿Y por qué? Porque quiero dar más, quiero impresionar al futuro expectante que se asoma tímido espiándome cada día, como burlándose de mí.
Y luego, en la virtualidad de los mundos posibles, quiero hacerle trampa al destino y a toda forma de predestinación, y escaparme de este a uno de esos que se ven geniales desde fuera. Esos que nos inventamos cada noche en medio del despecho de la realidad estridente y aburrida que nos sofoca sin remedio.
Un pobre milagro que me ayude a esperar menos y a comprender más. Un mísero milagro que trastorne el curso de los acontecimientos y me regale un asomo de sorpresa y de sincera y plena felicidad o satisfacción. ¿Y por qué? Porque quiero dar más, quiero impresionar al futuro expectante que se asoma tímido espiándome cada día, como burlándose de mí.
Y luego, en la virtualidad de los mundos posibles, quiero hacerle trampa al destino y a toda forma de predestinación, y escaparme de este a uno de esos que se ven geniales desde fuera. Esos que nos inventamos cada noche en medio del despecho de la realidad estridente y aburrida que nos sofoca sin remedio.