Ahora que estamos llorando, aunque sea de a ratos y de a poco, dejemos que esas gotas tan humanas surquen nuestras mejillas, y se abran camino entre la calidez de nuestra piel y nuestra tristeza.
Paseemos por un momento por el parque de las dolencias, abracemos el tronco de nuestras molestias como a un viejo sabio. Vayamos al lago melancólico, sintamos su arcaico y experimentado sufrimiento, humedezcamos los pies en la orilla. Y para los más valientes, démonos un chapuzón al estilo infantil, ese que no teme y por ende disfruta más.
Aprovechemos el dolor que nos queda, antes de que el sutil aroma de su ingenuidad se disipe en nuestras entrañas. Entremos entre puntapiés insensibles y admiremos la armonía seca y profunda que crean los lamentos de nuestra miseria.
Aprovechemos el dolor mientras dure, prueba suprema de nuestra humanidad y el carácter sensible de nuestra realidad insomne y fláccida. Aprovechemos el padecimiento antes de que se congele en nuestro corazón y cicatrice deficientemente con algo de sangre y de vida, que luego se vuelve escarcha, como el futuro.
Paseemos por un momento por el parque de las dolencias, abracemos el tronco de nuestras molestias como a un viejo sabio. Vayamos al lago melancólico, sintamos su arcaico y experimentado sufrimiento, humedezcamos los pies en la orilla. Y para los más valientes, démonos un chapuzón al estilo infantil, ese que no teme y por ende disfruta más.
Aprovechemos el dolor que nos queda, antes de que el sutil aroma de su ingenuidad se disipe en nuestras entrañas. Entremos entre puntapiés insensibles y admiremos la armonía seca y profunda que crean los lamentos de nuestra miseria.
Aprovechemos el dolor mientras dure, prueba suprema de nuestra humanidad y el carácter sensible de nuestra realidad insomne y fláccida. Aprovechemos el padecimiento antes de que se congele en nuestro corazón y cicatrice deficientemente con algo de sangre y de vida, que luego se vuelve escarcha, como el futuro.
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