Entre los resquicios de mis músculos, hay una sangre negra que jamás se detiene. Entre sus resquicios, desentierro el gozo de una cadencia impetuosa. El descanso me ha dado un pulso que se fortalece a sí mismo. Gracias al sueño, mis pulmones responden a una cadencia distinta, más fuerte y más rápida.
La fortaleza del mundo me arrebata la gravidez del cuerpo; ahoga mis emociones y quema mis pensamientos. Tan sólo me queda un grito de guerra. Un grito de guerra, y la potencia intensa de las fibras de mi cuerpo. El resto de mí son máculas y retazos. Me resta devorar su lividez, y convertirme en un flujo incesante de violencia.
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