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La ciencia de lo indestructible
que incesante me carcome el aliento
quise confesarme
superando la ebriedad de mi nerviosismo
y desplegando los ocasos de mi deseo
Quise decirle que sí con un abrazo
Sin que ella lo preguntara
Sin un café.
Sin una cerveza
Quise abandonarme
a la abierta calidez de sus pupilas
por un camino de sonrisas secretas
mirar con ella las primeras estrellas
decirle adiós con las últimas
y reconocer la alta marea de sus ojos
en esa noche de voces temblorosas
Pero sus ojos iban
lejanos en otro sueño
trastocando su destino sin incluirme
Como un cerrojo que se hunde en la noche
ella impávida trazaba un signo:
La sentencia que destruía mis palabras
A pesar de todo
derrumbando nuestra memoria
en lo alto de sus sueños
me meto a hurtadillas
robándome el aliento
en una dimensión lejana
¿En qué época?
mis memorias arrastradas
Sus ojos son onomatopeyas dispersas
Perdidas entre la cadencia de las cálidas ensoñaciones
Entre un rostro y una conversación inventada
¿Te veré mañana?
¿En otro sueño?
Tracemos un código que nos encuentre de nuevo
Una grieta entre todos nuestros sueños
Es sorprendente la manera en la que te aferras a creer algo tan inverosímil y tan patético. Tú misma creando la miseria a tu alrededor, alimentando el depósito de desechos con tus propias manos, o mejor, con tus propias ilusiones débiles, clamando por esperanza, por un poco de analgésico psicológico y por una paz más duradera.
Debes estar acostumbrada a esperar, a creer y desear arduamente, como si el universo fuese un receptáculo de esperanzas, apostando por las más fuertes.
Ahora puedo ver que en tus frágiles intentos de volverte más fuerte, más misteriosa y más resistente, sólo has logrado ser más miedosa, dependiente y soñadora.
¿En verdad, en verdad crees que eres una persona llena de cosas interesantes y grandes secretos por descubrir? ¿Es esa realmente la imagen sobredimensionada que has creado sobre un personaje canijo? ¿Te deleita crear un muro y proclamarlo como un enorme reto que la gente no es capaz de superar? ¿Realmente no sabes que es una infantil barrera que las personas detestan?
Tenía que decirlo, y es que, en cierto modo, estoy harto de ti; me fastidias. Me cansa verte y oír tu horrible voz y jugar a los seres diferentes del resto de mortales. No somos tan diferentes ni tan únicos, sólo nos esforzamos demasiado en serlo. Es tan sólo una pueril ilusión que nos hace sentir mejor, y nos hace olvidar lo defectuosos que somos.
Ella se acercó a su rostro con toda su ternura condensada en los labios y le besó amorosamente.
Pero no bien había cerrado los ojos y comenzaba a olvidarse del mundo, cuando ella se apartó de su beso, y sin poder contenerse, soltó una serie de sostenidas y sonoras carcajadas. Él trató de contenerse y reprimir con todas las fuerzas mentales de las que era capaz su decepción y su enojo; y atinó, con cierta calma, a decirle:
- Tendrás una muy buena razón para haber hecho lo que acabas de hacer.
Ella seguía riéndose mientras a intervalos le decía que lo sentía, que estaba muy apenada; pero luego reía con más ganas, mostrando grandes esfuerzos para dejar de reírse, y así dejar de ofenderle. Después le dijo que se había desternillado de la risa porque olía a bebé, y que se lo imaginaba regordete y con pañal.
Él supuso que para ella había sido humanamente imposible soportar la avalancha de comicidad de esos pensamientos. Aun así, ¿por qué habría de imaginarse a un bebé y sus aromas justo cuando estaban besándose? –pensaba- y ¿por qué justamente pensaba en eso cuando le besaba? ¿por qué no antes? ¿por qué no después?
Se mostró visiblemente ofendido y bajó la cabeza, ocultándola entre sus brazos y apoyando su frente contra la mesa blanca y sucia del restaurante.
- Lo siento amor. ¡Ay! Discúlp…
No bien había terminado sus palabras cuando llegaba de nuevo la tierna imagen, la avalancha y su consecuencia inevitable.
Esas risotadas ya no le enojaron, sino que le entristecieron. Preferiblemente se hubiese guardado sus disculpas para luego; sería mejor que no se hubiera atrevido a fingir arrepentimiento para luego rememorar sus pueriles imaginaciones y burlarse con renovadas ganas. Él no se lo perdonaría: la hubiese perdonado si la broma se hubiese prolongado unos segundos solamente, o incluso la perdonaría con buena gana si hubiera dejado de reírse por completo, y luego -y sólo luego- se hubiese disculpado.
¡De qué forma tan inocente y nada calculada llegaba a ser tan ruda e hiriente ¡Qué magistral habilidad para fastidiarle como nadie llegaba a hacerlo! ¡Qué magistral escogencia del momento y las risas! Maldito el lugar y el momento en el que coincidían su intenso cariño y la crueldad de ella.
Luego ella dejó de reírse, y le dijo:
- Ya amor, ya. En serio lo siento ¿Estás bien?
Mientras ella le preguntaba esto él sintió como un pañal de bebé se adhería a su cuerpo, clavándose así esta sensación en la memoria de su corazón, en ese lugar donde se almacenan los momentos tristes; le decía él, con palabras mecánicas y superficiales:
- No te preocupes. Ya pasó.