Instinto

Lleva en sí el fuego inextinguible que hace hervir las venas en incandescentes emociones amantes de la vida

He aquí la figura ideal del vigor y la valentía propias de quien vive y no lo razona demasiado. Lleva en sí el fuego inextinguible que hace hervir las venas en incandescentes emociones amantes de la vida. También tiene la altivez en los nervios y el brío en las extremidades, llenas de ánimo para ejecutar las danzas que su existencia propia le proponga.

Los ojos despiertos y una audaz suspicacia adornando su postura, los sentidos atentos al ofrecimiento del mundo, cualquiera que esta sea, con los labios húmedos prontos a dar una respuesta, basada ésta en la sensación, en el sentimiento.

Del cuerpo y la plasticidad infantil, los reflejos y la emoción inmediata han moldeado poco a poco este ser atento al mundo y a sus manifestaciones, sean estas en el detalle o en la grandeza, pero siempre hechas con la pasta informe de la inmediatez, del reflejo, del instinto, de una especie de motivación programada poco a poco para satisfacerse sin reparar en reflexiones que roban tiempo y oportunidades.

En suma, ha expulsado con sutileza y muy lentamente la conciencia, esa malsana y traidora que invita gentilmente a pensar las cosas antes de hacerlas, como si fuera una ley que luego se tomó por universal y omnipresente en la vida del hombre.


Quien esté fuera de esta constante puede verse privilegiado, pues está libre de la infección de nuestra era: el pensamiento, coaccionador calculador que recorre cada zona de sentido del ser humano, como un virus apoderándose de esa inconsciencia retraída en las partes más escondidas y menos usadas de nuestra mente, obligándonos a mesurarlo todo, a rotar la realidad y dotarla de diversas perspectivas, y si bien esto es un beneficio, es un beneficio que se ha extendido más de lo necesario, sobretodo en algunas personas. Y cuando un beneficio se extiende demasiado, ya no es sino un tumor, un virus…

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